Somos porosos: inmensos almacenes de sensibilidad en permanente trasiego de vivencias.
Nuestros cinco sentidos están en continua acción: no paran de ver, oír, oler, degustar y palpar. Detectan, decodifican y después, archivan o borran. Porque así es cómo quedan grabadas en nuestro almacén-cerebro, de forma tan continua como el aire que respiramos, las miles de percepciones, sensaciones e informaciones que desfilan en nuestro diario vivir.
A todo lo que acontece cada uno le va aplicando su personal e intransferible filtro personal, aquel que hace que un mismo hecho pueda ser interpretado y valorado de manera bien distinta por uno u otro. Y al final, lo que queda es lo que retenemos, las refinadas gotas de nuestro más profundo ser y sentir: encontramos nuestra propia esencia.
Consciente o inconscientemente, nuestra porosidad hace que no paremos de absorber lo que creemos nos falta y de exhalar lo que sentimos nos sobra. Nuestra relación con todos los demás es un permanente ejercicio de vasos comunicantes, que guarda armonía cuando hay equilibrio entre lo que se expira y lo que se inspira -entre lo que se da y lo que se recibe-, y que se rompe cuando el desequilibrio es desproporcionado o, simplemente, no existe.
El interés, cuya cumbre es el amor, y el desinterés, cuyo pozo es la alergia, siempre se establecen desde el elemental, lógico, grávido y poroso principio de los vasos comunicantes.
Clickeando sobre la imagen del reloj podrás ver un fabuloso video publicitario de Festina en el que se narra un poema de Ángela Becerra. Sin duda este video consigue emocionar al espectador. Que bonitos versos, Ángela. Julio Monje.
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