Violan cerebros: vírgenes, puros, por hacer. Como el que todos, sin distinción de origen ni clase social, tuvimos al nacer.
Están convencidos de que sus ideas son la verdad indiscutible. Se niegan a escuchar y analizar cualquier razonamiento que no responda a su hermética creencia. Su método es el de la imposición, la esencia de todos los fanatismos siempre amasados con la demagogia y, cuando consiguen el poder, horneados con el terror.
Están en todos los continentes y latitudes. Son maestros en la manipulación de la historia y la información, la antítesis canalla de todo análisis y razonamiento basado en la libertad intelectual. Les fascina inocular e imponer odios pasados y futuros, exclusiones y revanchas, temores y enemigos, inexplicadas salvaciones y glorias, lutos y aleluyas por antepasados dudosamente apuntalados, costumbres y rituales.
No esperan a sus víctimas a la salida de la escuela; penetran en los libros, los predicados y los dictados para imponer su ideario, no como opción sino como imposición.
Así hoy se está educando a millones de niños: con una continuada manipulación y violación de sus cerebros vírgenes. Cerrándoles cualquier visión que no sea la de una pureza étnica sedienta de odios pasados; negándoles el festín del intelecto abierto porque no quieren futuros ciudadanos libres, quieren robots júnior doblegados.
Nacimos esponjas y ellos quieren ladrillos. ¡Cerdos!