El obseso fija la visión en una nube mientras ignora el resto del firmamento.
Como actitud profesional, la obsesión inteligente en un tema puede aportar un plus de energía para el despegue de ciertos proyectos e incluso de la vida laboral.
Como comportamiento humano, que es el encaje de bolillos que cada uno teje con sus ideas, sentimientos y sentires, la obsesión siempre es hilo grueso y tosco incapaz de filigrana, burdo para el contacto amable, nulo para el dibujo y el perfil sutil.
La obsesión por querer imponer a otros un sentimiento concreto siempre acaba convertida en una actitud rotunda, cerrada, miope, fanática y, en ocasiones, histérica. Se quiere dominar la voluntad ajena mientras se es incapaz de controlar la propia. Es el ansia sin limites por tener y disponer de alguien mientras se desprecia e incluso ignora su libre voluntad.
La obsesión es la proa ciega de todos los tiranos. A unos los reconocemos fácilmente por sus vómitos cerebrales públicos y televisados; a otros, a través de los gritos que traspasan las paredes del apartamento; en ocasiones, los adivinamos en la fatigada mirada del amigo o la amiga ciegos de luz propia.
La obsesión por dominar cerebros es la semilla de todos los fanatismos, esas repulsivas hiedras de cien nombres distintos que siguen ahogando el más potente y apacible de los bienes humanos: la libertad que respeta la de los demás.
Clickeando sobre la imagen del reloj podrás ver un fabuloso video publicitario de Festina en el que se narra un poema de Ángela Becerra. Sin duda este video consigue emocionar al espectador. Que bonitos versos, Ángela. Julio Monje.
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