Mucho se ha escrito sobre el imperio de los deseos. Hay deseos de toda índole: de poder, de gloria, de tener y acumular, de amar y ser amado, de ser reconocido o respetado... y cuando los deseos se han esfumado y en lo más hondo sentimos ese vacío sin fondo que significa no desear nada de nada nos invade la urgencia de desear lo que sea para seguir viviendo.
Los orientales hablan de la necesidad de no desear para alcanzar el bienestar. Los occidentales, de la necesidad de desear para alcanzar la felicidad. ¿En qué quedamos? ¿Deseamos o no deseamos?
Los libros de autoayuda se explayan en ofrecer fórmulas para paliar las heridas del haber deseado.
Los de marketing, en encontrar el último agujero donde crear un deseo inexistente para venderte un producto. Nuestros deseos bailan con los de otros una danza frenética que nos deja agotados.
Sin embargo, hay un deseo que pocas veces nos detenemos a analizar: el de entendernos a nosotros mismos. Ese no se compra en ninguna parte; no depende de nadie más que de nosotros. No se trata de desear o no desear: se trata de girarla mirada hacia adentro y descubrir en lo más profundo de nuestro ser que mucho de lo que anhelamos está allí. Que somos seres completos que la vida y la “mala educación” se han encargado de fraccionarnos y crear vacíos. Fue y sigue siendo la manera de tenernos controlados: deseando lo que no tienes siempre necesitarás de los que te pueden dar.
Clickeando sobre la imagen del reloj podrás ver un fabuloso video publicitario de Festina en el que se narra un poema de Ángela Becerra. Sin duda este video consigue emocionar al espectador. Que bonitos versos, Ángela. Julio Monje.
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