Cuando no se sabe adónde ir, nunca se llega a donde no se sabe. Cada uno a su manera guarda en el cerebro un surtido de objetivos que algún día desearía hacer realidad, porque los intuye como logros para su bien personal e incluso su felicidad.
Conseguir la armonía con quienes hay más proximidad de cerebro y alma, establecer una nueva relación que excite los poros, descubrir ese alguien que apague las soledades, hacer posible ese viaje o aquel trabajo, leer y asumir aquel libro, adelgazar aquellos kilos… una infinidad de objetivos e ideales, de sueños personales e intransferibles que vamos construyendo y tejiendo a lo largo de nuestra vida.
Es lógico que muchas de nuestras actuaciones las hagamos pensando en hacerlos posibles, porque cuanto más se pierde el tiempo, el tiempo menos responde. La intención y el esfuerzo para conseguir lo soñado siempre estiran la energía, hinchan la pasión y optimizan las neuronas: nos hacen vibrar, que es la forma más llena y bella de vivir.
Incluso en las épocas de mayor abatimiento, cuando el suelo se nos ha vuelto barro y el aire arena, hay que formularse un deseo posible, asirse a un ideal y concentrarse en conseguirlo, porque sólo ahí es donde encontramos el ápice de energía que nos permite sentir en nuestro interior una lejana y a veces casi imperceptible vibración: la del retorno a la vida.
Siempre hay que soñar… incluso para seguir bien despierto.
Ángela Becerra
abecerra@diarioadn.com
Clickeando sobre la imagen del reloj podrás ver un fabuloso video publicitario de Festina en el que se narra un poema de Ángela Becerra. Sin duda este video consigue emocionar al espectador. Que bonitos versos, Ángela. Julio Monje.
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